sábado, 19 de marzo de 2011

Los veteranos (24/1/2011)

Cuando me levanto por la mañana, sólo somos los mosquitos y yo. Medio dormida enciendo el ventilador que hay justo sobre la cama y espero unos minutos. Mi calor les atrae, pero la corriente de aire los desorienta, y entonces los puedo matar. Tengo la esperanza de que acabaré vaciando la habitación de mosquitos, aunque, sinceramente, esto es simplemente un método para hacer ejercicio y despertarme.
Durante el desayuno enciendo el ordenador y el mundo se amplía. Empiezo a revisar la telaraña hecha el día anterior: e-mail del trabajo, e-mail personal, FB, ahora el blog. Chateo con mi madre, que es mejor araña que yo, y dejo resbalar el tiempo sin prisa. Es fin de semana! Leo un poco y busco información para la reunión de mañana.
Un mensaje al móvil me lleva a un mercado caluroso y laberíntico donde se me despiertan las ganas de tener cocina propia: tomates, cebollas, pepinos y lechuga, pescado y fideos finos. Esto es una fideuá con ensalada! El calor y la ceguera del viajero hace que no encontramos ningún lugar donde tomar algo y volvemos a mi hotel, que empiezo a entender como un pequeño oasis y que ya forma parte del mundo conocido.
Después de comer recibo un mail para volver a ver al matrimonio que conocí ayer. Iremos con otra pareja a tomar algo sobre el río Níger. ¡Hecho! Ya me sé el camino, y el guardián me saluda como si nos conociéramos de hace años. Ella me recibe con cariño y me invita a passar dentro, que se está más fresco, me lleva a la cocina para servirme agua con grosella y enseñarme el pastel que hizo ayer, que lo sacó demasiado pronto del horno y está demasiado crudo por dentro. Le propongo cortarlo en rebanadas y volverlo a meter en el horno. Mientras tanto, su marido habla con la hija por Skype. Los hijos están estudiando y tienen una en Suiza y el otro en Italia.
Una vez apagamos música, horno y ordenador, una vez perdemos y encontramos los encendedores, gafas y zapatos, nos vamos a buscar el otro matrimonio. Son una pareja larguirucha y delgada, sonrientes y tan internacionales como mis nuevos amigos. Los cuatro llevan más de veinte años recorriendo el mundo, formando una familia nómada y de límites poco definidos, dejando y recuperando cosas por rincones insospechados del mapa.
En una conversación donde se mezcla el español, el portugués, el francés, el alemán y el italiano (el inglés sólo se usa para frases hechas o cuando los traductores internos agobian demasiado) aprendo que el mejor sistema para matar los mosquitos es una raqueta electrificada (adivino que el día que tenga que ir a la tienda a comprar una los vendedores se van a reír un rato), que la leche se compra justo cuando ha sido pausteritzada, sobre las 12 del mediodía, que la vendedora del super que a veces es simpática y a veces no tanto y que parece asiática es, en realidad, de Siberia, y mil otros detalles cotidianos que sólo entiendo a medias, porque todavía no he ido al supermercado, ni he tenido que comprar leche.
Son veteranos y son amigos. Intercambian experiencias sobre el envío de paquetes y los precios del sobrepeso. Recibo la aprobación por mi billete y el número de maletas que me permitieron llevar. Intentamos empezar una competición sobre animales comidos, pero las dos mujeres, una vegetariana y la otra escrupulosa, piden que cambiemos de tema. Buscamos rutas para dos chicas que llegarán mañana de turismo, y discutimos sobre la magia del papel versus los libros electrónicos. Una vez conozco el precio por descargar un libro, internamente me reitero convencida en la opción papel.
Volviendo hacia el coche, cuando se enteran de que es mi primer destino en África (y en el mundo, apunto tímida) me dicen con cara risueña que "Mali is not for beginners", que es para ellos el destino más difícil en el que han estado y que, si supero esto, podré moverme por el continente sin problemas. Sentencia de veterano.
Una vez los llevamos de vuelta casa, me presentan a su hija, que conoce a todo el mundo en Bamako y que estos días está trabajando con los cantantes de Voces, que esta semana estarán en mi hotel. Nos intercambiamos teléfonos para ver si me puede ayudar a encontrar un apartamento y para presentarme a una chica española que llegó ayer para trabajar con una ONG.
La telaraña crece sola.

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